DCU

Por Gonzalo Cowley

Las intervenciones del Cardenal Errázuriz y del Presidente de la Conferencia Episcopal Alejandro Goic, sobre pacto social y salario ético, son reveladora fuente que la Iglesia Católica se encuentra retomando su antigua agenda vinculada a la “cuestión social” y a la calidad de los asuntos públicos, esta vez, con una lectura acerca de cómo se ve la sociedad chilena a las puertas del Bicentenario.
Aprovechando cierto vacío de conducción cultural, los prelados han puesto una voz de alerta y el país los ha escuchado, pues su reflexión interpreta a la mayoría de Chile que anhela mayores capacidades de acuerdos, activando un diálogo que produzca frutos como un nuevo Pacto Social.
Lo que Chile necesita, justamente en esta etapa, son amplias dosis de consenso sobre sus tareas futuras y romper el falso dilema del crecimiento o la justicia social. Para ejemplo, aún cuando las condiciones no son exactamente iguales, el gobierno de Patricio Aylwin logró altos grados de concertación social (con empresarios y trabajadores en la misma mesa), crecer al 7%, desempleo e inflación controlada, dar el primer gran golpe a la reducción de la pobreza, mejorar las condiciones sociales de amplios y representativos sectores y hacer una reforma tributaria y otra laboral de gran éxito. ¿Podremos hacer algo similar ahora? Mi impresión es que están las condiciones.
Desde el punto de vista de la equidad, conocemos los contenidos de una agenda social que permitirá una provisión de bienes públicos y derechos sociales. Aquello ha sido refrendado por la reforma previsional en curso y se consolidará con las conclusiones de la comisión Meller, además de las múltiples labores sectoriales en marcha. Es importante comprender que Chile no se integrará a los países desarrollados si no aborda la dignidad de sus personas. La primera meta debe ser acabar con los campamentos, indigencia y marginalidad, con urgencia.
Desde el punto de vista del crecimiento, conocemos los contenidos de una agenda de innovación. El informe Boeninger es muy consistente. Apoyo al emprendimiento y fortalecimiento de las Pymes con capital de riesgo; políticas de fomento en I+D y en la relación Universidad - Empresa; tecnología y contenidos a las salas de clases para provocar una revolución educativa. Si queremos dar el salto que necesitamos hay que disminuir las brechas entre la gran, mediana y pequeña empresa, entre la educación privada y la educación pública; entre quienes investigan y quienes financian. Hay que cambiar la matriz de la economía e incorporarla a la sociedad del conocimiento.
En suma, sin riesgo no cambiaremos de división y los países que ya lo hicieron apostaron fuerte, concentraron gran esfuerzo en educación y se atrevieron a resolver sus problemas sociales. ¿Sus resultados? Gran crecimiento, bienes públicos y derechos para la comunidad, conciencia de los deberes sociales e institucionalidad política a la altura de los desafíos.